martes, 5 de abril de 2016

LA TORRE DE LA TELEVISIÓN DE BERLÍN CUMPLE 50 AÑOS

La Torre de la Televisión de Berlín, en Alexanderplatz, Berlín
Fernsehturm, la icónica Torre de la Televisión de Berlín, vista desde Alexanderplatz, en Berlín. / Christian Reister/Corbis

Fue erigida como símbolo de progreso de la Alemania socialista y es un icono del ‘skyline’ berlinés

Es difícil esconderse de la Torre de Televisión de Berlín. Su presencia se adivina desde varios kilómetros a la redonda, observando de día y de noche, como lo haría un padre sobreprotector y omnipresente. Desde su interior, la panorámica de 360 grados a más de 200 metros de altura permite, a su vez, controlar la ciudad con la mirada. Representa sin duda un signo de los tiempo, es tan siglo XX, tan orwelliana... Su estructura lucha por arañar las estrellas como pocas edificaciones en Europa, una obsesión propia de la década en la que fue erigida. Han pasado 50 años desde entonces –aunque las labores de construcción se demoraran hasta 1969–, pero el gran icono del Berlín oriental sigue definiendo el skyline de la capital alemana.
La Guerra Fría, además de en el espacio exterior y en los soterrados caminos del espionaje, también se libraba en un punto intermedio, a pie de calle. Por eso, los 368 metros de cemento, acero y tecnología (sinónimo de progreso) de esta torre suponían un gigantesco signo de poder socialista, ideado para grabarse en la memoria de propios y extraños sin que ningún muro pudiera evitarlo. A diferencia de muchas de estas edificaciones, la Fernsehturm, como se conoce en alemán, está inusualmente integrada en el centro de la ciudad. Su destacada ubicación no es ni mucho menos casual.

Dos décadas atrás, la Segunda Guerra Mundial había desolado Alexanderplatz y la rehabilitación de la zona era un imperativo con el que apoyar a la propaganda del Gobierno de la República Democrática Alemana (RDA). Más allá de las apariencias, la recién nacida televisión ya destacaba como masiva arma política y era también obligado compensar la supremacía de las transmisiones occidentales, que en esos momentos llegaban a muchos de los hogares de la zona oriental.

Sus arquitectos definitivos fueron, tras un primer diseño coral, Jörg Streitparth y Hermann Henselmann. Se inspiraron en la Torre de Televisión de Stuttgart y en el Sputnik de las misiones espaciales soviéticas. Debido a la incapacidad de producir la materia prima necesaria para su costrucción, los costes se multiplicaron desde los 20 millones de marcos del presupuesto inicial. Pero ningún problema iba a separar a la RDA de su objeto de deseo.



La Torre de Televisión de Berlín cumple 50 años de historia. / Raimund Koch/Corbis

La obsesión era tal que los ciudadanos fantaseaban en tono de broma con la posibilidad de que una tormenta derribara la torre, convirtiéndose entonces en un salvoconducto inmediato hacia la Alemania occidental que diera al traste con las ansias de victoria de sus gobernantes. A pesar de lo poco espontáneo de su concepción, el destino tenía reservado al edificio dos guiños inesperados.

Su aspecto, tan parecido al de una bola de discoteca, reina en el lugar llamado a convertirse en el epicentro de la vida nocturna europea. Aunque igualmente ligada a la modernidad que la torre pretendía inspirar, esa concesión visual al hedonismo se aleja de los propósitos funcionales de sus orígenes comunistas. Durante el día, en cambio, crea un efecto óptico que parece gastar una broma pesada a la ideología que la creó: si la Fernsehturm se gestó durante los años de gobierno de Walter Ulbricht, conocido por reclamar en público la desaparición de las cruces en todas las iglesias, en los días en los que las nubes no monopolizan el cielo sobre Berlín el reflejo de los rayos de sol sobre la cúpula crean un enorme destello en forma de cruz.

Esa invasión religiosa en el epicentro del régimen ateo incomodaban a Ulbricht, quien se propuso borrar tal efecto, ya conocido entre los capitalistas como la venganza del Papa o San Walter, en jocosa referencia a su principal valedor. Se intentó romper el reflejo con espejos y con pintura, pero el signo divino se resistió a desaparecer, así que el político recurrió al engaño dialéctico: “No es una cruz, es el símbolo matemático de sumar”, decía. Recurría así a un argumento muy propio del sueño de progreso que vendía por aquel entonces y que se mantiene en la Alemania unificada.

Fuente: El País

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