lunes, 10 de diciembre de 2012

47 AÑOS DE LA CONCESIÓN DEL PREMIO NOBEL DE LITERATURA AL ESCRITOR SOVIÉTICO MIJAIL SHOLOJOV




DISCURSO DE ACEPTACIÓN DEL PREMIO NOBEL PRONUNCIADO EN EL AYUNTAMIENTO DE ESTOCOLMO EL 10 DE DICIEMBRE DE 1965

En esta solemne ocasión, es para mí un grato deber dar nue­vamente las gracias a la Academia Sueca, que me ha concedi­do el premio Nobel.
Como ya tuve oportunidad de declarar en público, el sen­timiento de satisfacción que despierta en mí este premio no se debe tan solo al reconocimiento internacional de mis méritos profesionales y mis características individuales como escritor. Me enorgullece que se haya concedido el premio a un escritor ruso, soviético. Estoy aquí en representación de innumerables escritores de mi país natal.
También he expresado previamente mi satisfacción por que este premio, indirectamente, sea un reconocimiento más de la novela como género. Últimamente leo y oigo con cierta frecuencia declaraciones que, para ser franco, me sorprenden, ya que presentan la novela como una forma anticuada, que no se corresponde con las exigencias de nuestros días. Sin embar­go, es justamente ella, la novela, la que posibilita la más com­pleta comprensión del mundo real, y la que permite proyectar nuestra actitud personal a este mundo y sus acuciantes pro­blemas.
Se podría decir que la novela es el género que más nos predispone a entender a fondo la inmensa vida que nos rodea, en vez de anteponer nuestro minúsculo ego como centro del universo. Por su propia naturaleza, este género es el que da al creador realista un mayor abanico de posibilidades.
Muchas corrientes artísticas de moda rechazan el realis­mo, dando por hecho que ya ha dado de sí todo lo que podía dar. Sin miedo a ser tachado de conservador, deseo proclamar que opino todo lo contrario, y que soy un defensor a ultran­za del arte realista.
Hoy día se habla mucho de vanguardismo literario refi­riéndose a los experimentos más modernos, especialmente en el campo de la forma. A mi modo de ver, los auténticos pio­neros son los artistas que en sus obras ponen de manifiesto los nuevos contenidos y las características determinantes de la vida de nuestra época.
Tanto el realismo en su conjunto como la novela realista parten de las experiencias artísticas de los grandes maestros del pasado, pero a lo largo de su evolución han adquirido ca­racterísticas nuevas e importantes, de índole fundamental­mente moderna.
Hablo de un realismo portador del concepto de regenerar la vida, de reformarla en beneficio de la humanidad. Me refie­ro, claro está, al realismo que llamamos socialista. El rasgo que lo singulariza es que plasma una filosofía de la vida que no acepta dar la espalda al mundo, ni huir de la realidad; una filosofía que permite comprender objetivos de grandísimo va­lor para millones de personas, y que es una luz en el arduo ca­mino de estas.
La humanidad no está compuesta por una muchedumbre de individuos flotando en el vacío, como cosmonautas a los que ya no sujeta la gravedad terrestre. Vivimos en la Tierra, estamos sometidos a sus leyes y, como dicen los Evangelios, cada día tiene bastante con su propio mal, sus problemas y di­ficultades, sus esperanzas en un futuro mejor. Amplios secto­res de la población mundial se inspiran en los mismos deseos, y viven al servicio de intereses comunes que les unen mucho más de lo que les separan.
Son los trabajadores, que todo lo crean con sus manos y cerebros. Yo formo parte de los escritores que consideran como su más alto honor y su más alta libertad poder poner sus plumas, sin ningún tipo de trabas, al servicio de los traba­jadores.
Tal es la base última, y de ella derivan las conclusiones so­bre cómo veo yo, escritor soviético, el lugar del artista en el mundo actual.
La época en que vivimos está llena de incertidumbres; no hay un solo país en el mundo que desee la guerra, y sin em­bargo hay fuerzas que arrojan a países enteros a las hogueras de la guerra. ¿No es inevitable que cualquier escritor se sienta conmovido en lo más hondo por las cenizas del indescriptible incendio de la Segunda Guerra Mundial? Un escritor hones­to, ¿podrá no rebelarse contra quienes desean condenar a la humanidad a la autodestrucción?
¿Cuál es, pues, la vocación, y cuáles los deberes de un ar­tista que no se ve a sí mismo como un dios indiferente a los padecimientos de la humanidad, entronizado muy por encima del fragor de la batalla, sino como hijo de su pueblo, como una diminuta partícula de la humanidad?
Ser sincero con el lector, y decirle a la gente la verdad, que, aunque a veces pueda ser desagradable, nunca debe ser temi­da. Confirmar los corazones en su fe en el futuro, y su con­fianza en que serán capaces de construirlo. Ser un defensor de la paz en todo el mundo, y engendrar con sus palabras, don­dequiera que lleguen, a otros defensores. Unir a la gente en su esfuerzo natural y noble hacia el progreso.
El arte posee una gran capacidad de influir en los intelec­tos y cerebros de la gente. Yo creo que cualquier persona tie­ne derecho a llamarse artista mientras encauce esta capacidad hacia la creación de algo bello en el pensamiento de los hom­bres, y beneficie a la humanidad.
Mi pueblo no ha seguido caminos trillados en su viaje por la historia. Ha sido un viaje de exploradores, de pioneros de una nueva vida. En todo lo que he escrito, y en lo que me pue­da quedar por escribir, siempre he considerado y considero mi deber como escritor manifestar mi gran respeto a este país de trabajadores, a este país de constructores, a este país de héroes que no ha atacado nunca a nadie, pero que sabe defender honrosamente lo que ha creado, su libertad y su dignidad, y su de­recho a construirse el futuro que decida.
Me gustaría que mis libros ayudaran a la gente a mejorar y ser más puros de pensamiento; me gustaría que despertaran su amor al prójimo y su deseo de luchar activamente por el ideal humano y el progreso de la humanidad. Si en alguna me­dida lo he logrado, estoy contento.
Doy las gracias a todos los presentes esta noche, y a todos los que me han hecho llegar sus felicitaciones y sus buenos de­seos por el premio Nobel.

Fuente: “El Don apacible”, Ed. Debolsillo

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