Lewis Milestone es un realizador americano (de origen ucraniano) que realizó sus trabajos cinematográficos más importantes durante la década de los treinta y cuarenta. Este director es muy interesante y muy activo en sus planteamientos ideológicos y políticos. Formaba parte de los intelectuales  y profesionales norteamericanos de la meca del cine, que sobre todo durante las décadas antes mencionadas, estuvieron muy implicados en la lucha contra situaciones internacionales que les preocupaban (la Guerra Civil Española –a los interesados sobre este tema no pueden dejar de leer el estudio que realizó Javier Coma, La Brigada Hollywood, Guerra española y cine americano, publicado por ediciones Flor del viento– o la ascensión del nazismo…). Por supuesto, fue uno de los sospechosos de ese momento histórico que supuso la Caza de Brujas en Hollywood (nunca olvidemos que no sólo se limitó a la meca del cine) –una de las consecuencias surrealistas de la Guerra Fría–.

En su carrera como director podemos encontrar la primera versión cinematográfica que se realizó de la obra teatral de Ben Hetch y Charles MacArthur, Primera Plana (ya recordaréis que yo fui protagonista de la segunda versión, Luna nueva), que se llamó Un gran reportaje (1931). Otra joya es la adaptación cinematográfica de la novela de Somerset Maugham, Lluvia (1932), con una Joan Crawford brillante en su papel de prostituta perdida en una selva junto a predicador oscuro. También, realizó una adaptación de una de mis novelas favoritas de Steinbeck, De ratones y hombres, con el título de La fuerza bruta (1939). Y fue el creador de otra adaptación cinematográfica de una novela de Remarque, que le dio su primer oscar, y es una referencia del cine antibélico en el año 1930, Sin novedad en el frente.

Como curiosidad en su filmografía y una de las películas –muy interesante– que sirvió de voz de alarma en el Comité de Actividades Antiamericanas es la que hoy nos ocupa. Interesante por un montón de aspectos que vamos a ir desgranando poco a poco. Como me gusta.

Lo primero es señalar que La estrella del norte es una película que se entiende dentro del momento en que fue filmada. No olvidemos que durante los años 40 parte de la producción cinematográfica norteamericana se ocupó de un cine de propaganda bélica. La estrella del norte es uno de los raros e interesantes ejemplos de película propagandística norteamericana contra los nazis pero que presenta al pueblo ruso como luchador y heroico. Como aliados y comunistas con mucho encanto. Mientras películas del tipo La señora Miniver no han caído en el olvido, ¿quién recuerda hoy esta película?

La película cuenta con todos los ingredientes de una producción buena y hecha con mimo. Respaldada por un estudio importante Metro Goldwyn Mayer y en su momento nominada a seis categorías en la ceremonia de los Oscar. La estrella del norte cuenta con un importante reparto (de actores afianzados y jóvenes promesas), una guionista como Lilliam Hellman, un director de fotografía de prestigio, James Wong Howe  y una banda sonora a cargo de un prestigioso compositor de música clásica y de cine, Aaron Copland.

Parémonos en el reparto. Lo primero que llama la atención es que la mayoría de los actores principales representan a rusos que viven en una granja colectiva que se ve invadida por el ejército nazi con horribles consecuencias que hace que cada uno de los miembros tenga que enfrentarse con heroísmo a las medidas nefastas del nazismo alemán. En un momento, de la película el tema de la banda sonora no podía ser otro que La Internacional que suena por unos altavoces de la granja colectiva animando a todos los habitantes a luchar unidos. Sorprendente pero cierto, los habitantes rusos tienen el rostro de los jóvenes y adolescentes Anne Baxter y Farley Granger (que nunca lograron afianzarse como grandes estrellas en el firmamento cinematográfico pero que no dejan de tener títulos muy buenos en sus filmografías que los elevan al Olimpo del cine). Por ahí se nos escapan los heroicos Dana Andrews, Walter Huston y Walter Brennan (con sus carreras más que afianzadas). Y el malo malísimo, el nazi perverso, no podía ser otro que el carismático calvo, el director y actor Erich von Stroheim.

A pesar de sus peculiaridades ya antes nombradas, La estrella del norte no deja de ser una película bélica muy bien contada, plagada de momentos emocionantes y heroicos y entretenida. Una narración cinematográfica llena de emoción. Sin olvidar claro está su condición de propaganda (como todas las películas de este estilo) –las granjas colectivas rusas no eran tan idílicas y felices–, la película cuenta con fuertes dosis de intensidad y sentimiento. Desde los momentos costumbristas, con canciones populares, al principio de la película, que muestran un lugar idílico y soñado que va a ser invadido por el nazismo hasta los atroces momentos de los niños que esperan a ser cogidos para extraerles toda la sangre y dársela a los soldados alemanes, los tremendos bombardeos, la quema de la aldea y las torturas o los momentos de enfrentamiento en el aire, en las montañas o de jóvenes adolescentes que sacrifican su vida por la comunidad.